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domingo, 3 de noviembre de 2013

El lugar secreto

Dicen que “nunca nadie ha visto a Dios”. Pero hay un lugar, entre los pliegos del tiempo y el espacio, donde incluso se puede contemplar su belleza. Es un lugar oculto, pero fácil de encontrar. Solo se puede experimentar en el presente. A veces no sé busca y ahí se encuentra. A veces se busca y no puede ser hallado.
Quiero contarte más acerca de este lugar, darte un mapa, si así se quiere, para que puedas verlo, mirarlo solemnemente y sonreir en tu alma.
Este lugar es silencioso, y a menudo no se puede permanecer en él más que breves periodos de tiempo, aunque en ocasiones puede extenderse a horas. Para llegar a este lugar no sé pueden llevar las preocupaciones del futuro, ni las cargas del pasado, ni los dolores del presente. Debes dejarlos en la puerta al entrar, aunque te los llevarás contigo al salir. Este lugar no esta en todas partes, pero esta en muchos lugares, como una franquicia de belleza, paz y quietud.
La entrada es como contemplar un halo de inocencia; la inocencia de un niño, la inocencia de un grande jugando como un niño, o la inocencia de un ave de bellos colores que se posa en una rama. Al subir indavertidamente por el camino principal notarás ciertas sensaciones; algunas no se pueden describir con palabras, es como ese tipo de melancolía que en realidad es feliz. Es como un perfume primaveral que pasa a tu lado. Es como la caricia de una brisa cálida con los ojos cerrados. Es como escuchar la respiración de alguien durmiendo. Es como un rayo de sol que atraviesa una ventana, proyectando un haz de pequeñas motas de polvo. Es como sentir el pasto con los pies descalzos.
Al llegar a la cima, si es que logras encontrarla, y si recordaste dejar la mochila en la puerta, te verás pasmado, asombrado e intimidado. Como contemplar un atardecer con una variedad de colores que no creías posible. Como pisar miles de hojas secas en otoño. Como el murmullo de unos pocos árboles. Como el sonido apacible del silencio.
Cuando llegues ahí ten cuidado, porque dicen que hay un ave de rapiña merodeando por los riscos. Si te ve, intentará alimentarse de tu corazón, beber de tu miedo. La única salida en ese momento es subir a las nubes, dejando toda palabra atras. En ese lugar puedes flotar, pero el razonamiento solo sería un ancla que te arrastraría al precipicio. En ese lugar debes sentir, no con la mente, sino con los sentidos. Con el corazón. Cuando estés volando a esas alturas, da gracias a Dios por el regalo del silencio. Eventualmente te pedirá que desciendas nuevamente a la tierra de los hombres, para llevar un poco de nubes al desierto, para traer paz y silencio a un mundo de bullicio y confusión.

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